viernes, 9 de febrero de 2007

Sábanas de siesta

El había abierto los ojos pesadamente, salia aletargado de los confines de Morfeo y las sábanas blancas aún sobre la cama se adivinaban en una suerte de imagen subrealista. La escasa luz del cuarto, que se colaba por los postigones de madera pintados de verde imprimía matices eróticos a su cuerpo sobre la cama, vagamente cubierto que se adivina desnudo hasta para los ojos del mas distraído. Su flaqueza contrasta con unos bíceps marcados por árduas jornadas de labor y de las otras, mucho mas gratificantes sobre el cuerpo voluptuoso de su amante.
Pero esta vez, como tantas, esta ahi solo, el destino le ha negado ya por algunas semanas ese disfrute, ella se a mostrado temerosa a escapar de la mirada sagaz de su marido para refugiarse en la tibieza clara de sus ojos .
Y eso se adivina, como dije antes, hasta para los ojos del mas distraído... su miembro marca bajo las sábanas todo el poder que encierra entre su carne tibia, resalta y se demuestra imponente y desafiante, contrastando con la quieta imagen de su despertar dulce y aletargado.
Se queda ahi en la cama, observando el juego de los rayos de sol que como gotas salpican la pared blanca.
El silencio de aquellas tardes de verano, tardes de siestas impuestas donde, afuera el sol calcinante hace imposible actividad alguna... y el silencio timidamente rasgado por los murmullos de sus nuevos vecinos, una parejita joven con todos los brios de la juventud y todo el tiempo del mundo para vivir la vida.
Lentamente, casi sin quererlo comienza a prestar atención a esos susurros, que atraviesan la modesta
pared de ticholos, muy comunes en viviendas de bajos recursos y que hacen la delicia de aquellas comadres mas interesadas en vidas ajenas que en la propia.
Al principio todo resuena en su cabeza sin sentido, pero de a poco va captando el ambiente y los susurros ya se transforman en palabras con sentido y al final lo comprende todo, ya su cabeza no puede mas que seguir escuchando el exquisito canto de los amantes.
Sus ojos clavados en el techo dibujan imagenes de lo que sus oídos atrapan, las risas, el murmullo cómplice son un sano deleite para su líbido y siente como lo embriaga el placer y asi es consciente de su sexo.
Pero lo mas exquisito son las palabras, que como gemas raras solo se dejan oir de cuando en cuando, como raros tesoros, dulce premio a los esfuerzos de su mente por evocar lo que sucede al otro lado.
Pero ya los susurros son mas escasos, y los amantes dedicados al juego completamente han olvidado al mundo exterior y sus reglas y ya nada mas existe para ellos dos. Risas, palabras, y gemidos completan un cuadro por demás delicioso capaces de despertar en cualquiera el apetito carnal... y no es él la exepción a la regla, ya su mano ha dado cuenta de su miembro, de su elasticidad y su firmeza, de sus ganas de ser acariciado en un lento juego perverso con inequivoco final. Bajo la tenue luz, los lentos movimientos de su mano oculta bajo las sábanas y lo prominente de su falo elevandolas mas de veinte centímetros sobre su cuerpo resultan del todo irresistible.
El los espera pacientemente, solo acelera su ritmo para adecuarlo a las veloces estocadas de los amantes que hacen crujir una desvencijada cama. Cuando de la boca de ella empiezan a brotar un torrente de palabras eróticas, él no puede dejar de hacerse a la idea de que son para él, que ella esta ahi para estimularlo en su masturbación, para que acaben juntos bajo las sábanas blancas de su cama.
Los últimos gemidos de ella y el sonido de la garganta de su pareja cuando alcanza el climax hacen que su cuerpo se arquee, se retuerza un poco como si estuviese bajo los efectos de una droga.. pero la mano no cesa en el movimiento cadencioso y junto a un gemido las blancas sábanas de su cama comienzan a mancharse, extendiendose una aureola de humedad alrrededor de su falo que se tensa aun más en el orgasmo.
Y yase ahi, tirado sobre su cama tan agotado que necesitara de otra siesta para recuperar las energías que gastó en ese juego perverso... así se vuelve a dormir, plácido cuando aún el sol salpica con su luz la pared blanca.

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